Anoche, como estaba previsto, se celebró la tertulia mensual de la Librería Rayuela, de Málaga, que giró, como ya anuncié aquí, en torno a Sombras del Poniente.
No sé muy bien cómo afrontar la redacción de estas líneas sin ponerme sentimental, puesto que fue una velada muy emotiva. El afecto sin tasa con que me abrumaron mis contertulios y, sobre todo, la recepción tan absolutamente positiva que el libro ha tenido entre ellos hicieron de la de ayer una de esas noches que quedan guardadas para siempre en la caja de los mejores recuerdos que uno pueda atesorar.
La opípara cena con que me agasajaron después fue la expresión definitiva de todas las emociones —literarias, pero también vitales—, de todos los vínculos que con tanto mimo llevamos tantos años cultivando.
Hoy, devuelto a lo cotidiano, tocaba sentarse a dejar constancia del acto y, sobre todo, de mi gratitud a todos los que me arroparon anoche con su afecto y sus palabras, incluso en la distancia y en la ausencia. Tanto calor del que nunca sobra…
Cada apunte, cada gesto, cada observación, tuvo un significado especial, único. Quedarse con uno solo sería —es— injusto, pero lo voy a hacer, alentado por la acogida que entre todos los presentes tuvieron las palabras que Miguel Ramos, nuestro Miguel, en un arrebato de generosidad absolutamente habitual en él, dedicó a la novela y a mí, su agradecido autor.
Con su verbo cálido, pausado, entrañable, y contando con su autorización, cierro esta crónica de una noche en la que me fui a la cama seis kilos y medio más gordo de lo que estaba cuando salí de mi casa. Genuina dieta mediterránea.
Después de leer Sombras del Poniente, se nota, y mucho, que su autor soñó siempre con escribir un libro. También queda muy claro que sabe perfectamente lo que son los libros, cómo se hacen, de qué materiales están compuestos, de qué fuentes se nutren la inspiración y el deseo, qué secretos los recorren, qué lluvia los tiñe.
Lo sabe porque es algo que ha mamado, algo que ha aprendido y luego enseñado, transmitido, proclamado con unción, con veneración cuasi mística unas veces, con soplo canalla otras. La cuestión es que su autor lo sabe todo de los libros. Y eso se nota. Se nota muchísimo.
Una cosa es soñar un libro, reunir las piezas, las historias, las claves, el andamiaje capaz de levantar una arquitectura sólida y eficaz que impulse el lenguaje. Y otra el sostén inmaterial que lo convierte en imperecedero. Aquello que lo aparta de la inmediatez, de lo predecible, de lo común, de lo corriente, y lo hace original e imprescindible.
En Sombras del Poniente se nota el talento, el conocimiento, el aprendizaje, el oficio de escribir, su cuidado y complejidad, el esfuerzo empleado, el tiempo dedicado, el rigor intelectual, la lucidez, la hilatura indagatoria.
Se nota la búsqueda de la palabra perfecta, la frase redonda, el adjetivo impecable, el sonoro pistoletazo de arranque, el final sublime, la puntuación exacta. Se nota y mucho.
Todo ello beneficia la calidad del libro, que también es mucha. Todo ello hace que lo celebremos y que aplaudamos su lectura en nuestra tertulia.
Para mí, que leí el libro antes de que viera la luz impreso, editado por Ediciones De Aquí, es algo que considero importante. Es más, yo diría que era urgente que el libro soñado por Eduardo se publicara cuanto antes. Así podría librarse, al fin, del fardo de lo soñado, dejar de escribir sobre lo ya escrito. De reescribir una y otra vez el mismo libro.
Ahora su autor podrá saltar sobre la pértiga del riesgo narrativo, traspasar rayas, puntos, límites que en este su primer libro no ha cruzado.
Mientras tanto, mientras llega el próximo, lo que tenemos, desde mi modestísimo punto de vista, es un libro que tiene algo de experimental, de laboratorio de palabras, amorosamente armadas, ya que refleja por dónde apunta el autor en su manejo del lenguaje, en su soltura creativa y narradora. El bisturí de Eduardo es fino. Y se nota.
Sombras del Poniente es una trama pacientemente novelada. Es una novela corta, si atendemos a su paginación, pero intensa en el impulso de recrear un tiempo, una región, donde confluyen la condición humana y la garfia depredadora del capitalismo más salvaje, la conspiración y el terror travestido de acción política (OAS), un lenguaje y un vocabulario específico donde se casca, hay una motillo, una tiritera, y en cuantito te descuidas te seducen las mujeres que se ponen como sollos de tomar la píldora prohibidísima, los padrinos que costeaban los bautizos, cuando ello se estilaba…
Los temas novedosos se agotaron hace mucho y el autor de Sombras del Poniente lo sabe. Se dice que hay algo que llaman «escribir bien». También algo que llaman «estilo». Pero hay algo más importante: tener una relación viva con las palabras. El autor de Sombras del Poniente la tiene, desde luego, y en grado superlativo.
Eduardo sabe que escribir es difícil porque pensar es difícil.
A todos, una vez más y siempre, gracias, gracias, gracias.